El nieto se había convertido en la obsesión y el miedo más profundos de Qin Jinlian en la última etapa de su vida.
Había esperado con ansias y, finalmente, el mayor de la familia le había dado un nieto, pero no lo había visto en cinco años completos.
Por eso, los parientes, amigos y vecinos solían burlarse de ella a sus espaldas.
Ahora que su primer nieto había regresado, no podía esperar para presumir de él y recuperar su orgullo y su lugar en la sociedad.
—Dandan, ven, sal con la abuela un rato, la abuela te comprará dulces.
Shen Zilong giró la cabeza e ignoró por completo el gesto de buena voluntad de Qin Jinlian.
Qin Jinlian, impertérrita, extendió la mano para agarrar la mano de Shen Zilong, tratando de acercarse a él.
Shen Zilong intentó esquivarla pero no pudo, y de repente gritó:
—¡Suéltame!