Al ver que sus dos hijas todavía tenían asuntos oficiales de los que hablar, Su Yang recogió su bolso.
—Ustedes hablen de negocios, entonces. Ya he estado fuera por mucho tiempo; es hora de que vuelva. Cuando estén libres, vengan a comer.
—¿Ah? Mamá, ¿ya te vas? —Wenyan se acercó y tomó del brazo a Su Yang—. ¿No te quedarás a cenar?
—No —explicó Su Yang— Tu hermano mayor ha estado muy ocupado últimamente y no ha venido mucho a casa. Solo han estado tu papá y yo en casa todos los días. Si no regreso, él tendrá que comer solo, lo cual sería bastante triste.
—Entendido —bromeó Wenyan, echando un vistazo a Qin Yulong—. Mamá solo está presumiendo su amor por nosotros desde lejos.
—¡Tú! —Su Yang rió y desordenó el cabello de Wenyan—. Siempre tan dulce para hablar. Bueno, me voy, cuídense, hermanas. No necesitan acompañarme, puedo irme sola.
A pesar de decir eso, las dos aun así acompañaron a Su Yang hasta la salida de la oficina, lo cual la hizo muy feliz.