—Si no dejas de hablar, te pego.
Qiao Duo'er empujó a Tan Zhenghong hacia el escritorio, personalmente preparó el papel para él e incluso molió la tinta.
El servicio fue tan considerado que a Tan Zhenghong le dio vergüenza no concentrarse en la caligrafía.
Una vez había anhelado entrar a una escuela privada, poder leer y escribir, pero ahora sus manos estaban acostumbradas al arco y la flecha, temblando ligeramente cuando sostenía la pluma.
Sin querer, se le enrojecieron un poco los ojos.
Su reacción le dolió el corazón a Qiao Duo'er; este pobre chico no había tenido una vida fácil mientras crecía.
En silencio, Qiao Duo'er pensó que una vez que su vida mejorara un poco, tendrían dos pequeños panecillos, porque quería darles una vida despreocupada y feliz.
—Vamos a tener un concurso para ver quién escribe mejor.
Qiao Duo'er trajo otro taburete y agarró su propio papel y pluma para practicar escribir también.