Los ojos de Ai Ni estaban rojos.
Ambas manos apretadas con fuerza.
Antes, siempre había pensado que era una hija de los cielos, de una raza aparte y superior a las damas de la sociedad.
Porque era diferente a ellas.
Ai Ni sentía que simplemente era una existencia semejante a una princesa.
En sus ojos, muchas otras chicas no valían nada, como el barro en el suelo.
Algunas incluso valían menos que el barro.
Pero el golpe repentino dejó a Ai Ni todavía tambaleándose de shock.
Había sido azotada por su abuelo, el que más la amaba, hasta quedar cubierta de heridas.
Su tío y su tía la miraban con miradas llenas de odio, como si desearan su muerte.
Su tía le había abofeteado la cara más de una docena de veces.
En realidad, de pies a cabeza, estaba herida.
Sollozo sollozo sollozo… sollozo sollozo sollozo…
Ai Ni realmente quería llorar amargamente.
Desde que conoció a Song Yunuan, no había tenido un solo buen día.