—No veo nada, Alix, ¿estás segura de que te has golpeado el dedo del pie? —preguntó Tía Mo.
Alix mantuvo su cara triste y asintió.
—Me dolió mucho, mami, sentí como si todo mi cuerpo estuviera siendo electrocutado en ese momento. El dolor se ha ido porque lo has tocado. Mi dulce mamá, tienes manos curativas.
La cara de Tía Mo se iluminó tanto que, si pudiera resplandecer, sería tan brillante como mil estrellas en el cielo. Avergonzada, respondió:
—Tch, tu dulce boquita ataca otra vez.
Agarró la cara de Alix y Alix frunció los labios, sacudiendo la cabeza mientras sonreía con una expresión traviesa y aniñada.
—Dulce mamá, quiero dormir contigo esta noche —dijo, en cuanto Tía Mo retiró la mano de sus mejillas.
Una de las empleadas se acercó a ellas con el botiquín de primeros auxilios. Era seguida por dos abuelos preocupados y hermanos mimados que habían oído hablar de la lesión.
—¿Qué pasó, querida? —preguntó la abuela Tai en voz alta.