Mantis no estaba segura de qué tipo de emociones había mostrado en su rostro para que Alix las interpretara, pero si había alguien que necesitaba escuchar la historia de su encuentro en el desierto, era Alix. Abrió la barra de chocolate que Alix le había dado y empezó a mordisquearla.
—¿Quién más sino ese gordo hijo de puta del ministro Wei? Justo como él nos hizo traerte esto, hizo lo mismo conmigo cuando era una nueva anfitriona del sistema para la oficina. Se suponía que serían unas vacaciones en Dubái y que me broncearía en yates, jugaría en el desierto y la pasaría genial.
—Pero no fue así —Alix adivinó.
Mantis asintió.