Ser odiado era algo a lo que Nathaniel ya estaba acostumbrado. Incluso sus propios padres lo odiaban al punto de abandonarlo cuando era muy joven. Al crecer, era lo mismo para la gente que lo rodeaba. Lo odiaban sin razón, lo acosaban y se aprovechaban de él.
¿Alguien culparía a Nathaniel si terminara siendo alguien a quien no le importan los demás? ¿Alguien lo culparía si viviera solo para sí mismo y únicamente para él?
—¿Eso — eso es todo? —exclamó incrédulo, casi riéndose de su absurdo razonamiento. —¿Quieres que muera porque me odias?
—Si eso no está claro, es porque te considero un dolor de ojos —respondió Penny encogiéndose de hombros con apatía—. ¿No me digas que ya no lo sabías? Tramas contra la gente y luego actúas como una víctima. En lugar de intentar salvarte, simplemente lloras y haces berrinches.
Penny se inclinó lentamente hacia adelante y arqueó una ceja. —¿No te da vergüenza? Es patético.