El dicho de que la primera vez siempre era la más difícil demostró ser cierto.
—Adiós, Allen —Sven apartó la mirada del paciente, insertando la aguja en el puerto de la inyección. Su pulgar se posó en el extremo de la jeringa y exhala antes de empujar la medicación hacia dentro.
Resultaba extraño lo tranquilo que se sentía. Considerando cómo su ansiedad lo había estado roendo por días, esta calma se sentía casi adictiva. Aunque sabía que lo que estaba haciendo estaba mal —un crimen— ya no le importaba.
Una vez la jeringa vacía, Sven miró la bolsa de suero. Sus labios temblaron mientras se retorcían en una sonrisa, sus ojos teñidos de rojo mientras las lágrimas de alegría brotaban. Al volver a mirar a Allen, sintió sus párpados caer con una pesada satisfacción.
—Jaja… —se rió en voz baja, sacudiendo la cabeza mientras miraba a Allen. Estiró la mano, golpeteando la frente de Allen suavemente—. Hey, lo siento, hombre. Ahora, simplemente... descansa en paz, ¿quieres?