—¡SILBATO!
En cuanto sonó el silbato, todos los gritos y distracciones cesaron. Los ojos de todos estaban fijos en la pelota que el árbitro lanzó al aire. Max y Atlas, enfrentados, flexionaron las rodillas, sus ojos fijados en la pelota.
Ambos hombres saltaron todo lo alto que pudieron, pero estaba claro que la capacidad de salto de Max era superior. Se elevó como una enorme ola, su sombra superponiéndose al cuerpo de Atlas.
Para Max, el tiempo parecía ralentizarse mientras su mente se llenaba de pensamientos mientras alcanzaba la pelota.
«¿La agarro? ¿La paso? ¿La mantengo? ¿La paso?», se preguntaba una y otra vez, sabiendo que Hugo estaba allí, listo para robar la pelota si Max no aseguraba la posesión completa.