El viejo comandante frunció sus labios manchados de rojo pero no dijo nada.
Un soldado se levantó. —¿Por qué no podemos retirarnos? ¿Es que nuestra vida no importa?
Más soldados se ayudaron entre sí para ponerse de pie, expresando su frustración:
—¿Cómo acabaron así las cosas?
—¿Hay algún sentido en esta defensa sin sentido?
—Tengo una hermana menor, comandante. No quiero morir aquí por nada.
—Quiero volver a casa con vida.
—¿Por qué el “General” y el “Presidente” siguen escondidos en su tienda?
Sus súplicas y preguntas eran como agujas perforando el corazón del viejo comandante.
Después de un largo silencio, tomó un trago de su petaca y habló en voz baja: