Acariciando la suave y clara mejilla, a Natha no le era posible evitar sonreír ante el movimiento constante del pecho de Valen. Nunca olvidaba lo difícil que le resultaba a Valen caer en un sueño profundo sin analgésicos antes, qué irregular era su ritmo cardíaco al cerrar los ojos. Era difícil de ver cuando parecía tan saludable, tan encantador, pero Natha nunca olvidaba.
Porque juró no dejar que Valen volviera a experimentar tal dolor y dificultad.
Aquí, cada noche, se quedaba mirando el amado rostro dormido de él, escuchando el constante sonido de su corazón y su suave respiración, y enviaba su oración y gratitud porque Valen pudiera dormir en paz.
Solo entonces podía dormirse él, asegurándose de que Valen estuviera seguro en su abrazo.
Pero no esta noche. Aún no.