Mi memoria voló hacia una cierta noche cuando aún vivía en la Guarida.
Temperatura cálida, respiración pesada, ojos abiertos y temblorosos... Podía escuchar su respiración errática y, quizás debido a nuestro vínculo, su pánico.
—Nat...
—Valen... —el nombre saliendo de sus labios era áspero, rugoso... obsesivo—. ¿Puedes... alejarte...?
Mi corazón se desplomó al escuchar cómo su voz contenía tanto sufrimiento. Cerró los ojos y frunció el ceño profundamente, como si mi presencia fuera una amenaza inmediata a su cordura. Oh, me rompió el corazón ver cuánto estaba luchando, especialmente al darme cuenta de que era yo quien lo causaba.
Y Madre... aún así intentaba no imponerse sobre mí. Oh, cómo lo amaba tanto, tanto.
—Está bien —levanté mis manos y acaricié sus mejillas ardientes. Podía sentirlas temblar bajo mi palma—. Nat, está bien.
Lo acerqué más y presioné su rostro contra mi cuello, acunando su cabeza.