En la habitación insonorizada, gemidos y gruñidos reprimidos resonaban a través del aire, caldeados en su intensidad, entrelazándose con ellos estaban los húmedos chasquidos que contenían tanta obscenidad aún sin tener que mirar.
Los ojos de Moshe estaban vidriosos mientras su cabeza caía hacia un lado, agarrándose al punto de anclaje en el poste de la cama sobre su cabeza para sostenerse. Estaba ahogando los sonidos que hacía enterrando su rostro en la curva de sus codos, mortificado por lo fuerte que resonaban en sus oídos. Sus oídos zumbaban y su cabeza estaba llena de maldiciones hacia esta mascota ingrata.