—¡Ayudando, mis cojones! —Lu Yizhou casi podía oír esa frase irradiando de la espalda temblorosa de Ellen sin necesidad de hablar. Por suerte, Ellen estaba demasiado ocupado en mantener su boca cerrada, negando desesperadamente el placer culpable que le recorría el cuerpo con el tacto de Lu Yizhou.
—¿Te sientes bien cuando hago esto? —Lu Yizhou avivó la llama al pellizcar el pezón de Ellen. Anteriormente, siempre los había rozado, casi como si no lo hiciera a propósito. Ahora, sin embargo, sus movimientos se volvieron concentrados, suaves pero implacables al mismo tiempo mientras jugaba con el endurecido botoncito del pecho de Ellen, torciéndolo y pellizcándolo como un juguete.