El soldado condujo a Yuri a otro auditorio. Eran las once de la noche. La mayoría de las personas dentro del auditorio eran alfas mayores, que teóricamente deberían estar dormidos a esa hora, pero no lo estaban.
Incluso antes de que Yuri se acercara, podía oír los sonidos sordos y rítmicos que venían de adentro. Era constante, creciendo y decreciendo.
Este era un sonido con el que Yuri estaba demasiado familiarizada. Era el sonido de los alfas en un dolor insoportable, incapaces de dormir, golpeándose la cabeza contra las paredes y los muebles.
Había escuchado este sonido muchas veces, y cada vez, no podía evitar sentir una punzada de lástima.
—Me quedaré junto a la puerta. No entraré —dijo Yuri.
El soldado no preguntó por qué. Ordenó que trajeran una silla grande, reservada específicamente para Yuri, y la colocaran junto a la puerta.