—Está bien, para ser justos, se parecía al Conejo de Pascua del infierno, pero aún era bastante obvio lo que era. Mediría unos seis pies de alto, con un pelaje completamente negro y unas orejas que habían visto mejores días. Y claro, tenía ojos rojos sangre y colmillos del tamaño de mis dedos... pero lo que crecía en su espalda definitivamente podría haber pasado por un lazo.
A sus pies había huevos multicolores que, aunque eran más grandes, podrían haberse utilizado como decoración en cualquier centro comercial para celebrar la temporada primaveral.
—¿Conoces a Istar? —preguntó Da'kea en un susurro, como si solo mencionar su nombre fuera suficiente para invocarlo desde los abismos del infierno. Eso sí, si se invocaba tan fácilmente, nos habría ahorrado un buen viaje.
—Eso no lo conozco —dije, señalando el holograma frente a mí—. Pero tenemos un cuento de hadas en la Tierra sobre un conejo que deja huevos en las casas de la gente... no es un cuento de hadas, ¿verdad?