—Los policías con los que trabajaba en la Tierra siempre me parecieron un grupo ridículamente supersticioso, y nunca lo entendí. Perdían la cabeza si alguien decía que algo era fácil, que el turno era tranquilo o que era una noche silenciosa. Era como si pensaran que simplemente al decir esas palabras, se desataría el infierno.
—Había escuchado que los médicos y enfermeras eran similares, pero siempre me había preguntado por qué personas tan altamente educadas creerían activamente en supersticiones. No era más que pura estupidez.
—Pero ahora, me corrijo, o más bien me cuelgo corrigiéndome. Mi creencia de que las cosas irían sin problemas resultó en que se desatara el infierno. Lo digo aquí y ahora: nunca más volveré a pensar esas palabras cuando esté intentando cazar al Conejo de Pascua.
—Pero tal vez debería empezar por el principio.