—Déjame en el cajero automático más cercano en cuanto salgamos del pueblo —dijo Bai Bao—. Nuestros asuntos han concluido, deberíamos despedirnos ahora. Dijo estas palabras en cuanto las puertas de la granja de flores se cerraron detrás de ellas.
—Estás sospechosamente tranquila para una joven que de repente se encuentra en posesión de cien millones de yuanes. Es impresionante —comentó Sally.
A la edad de dieciocho años, si ella hubiera tenido en su poder tal cantidad de dinero, habría estado tan emocionada que estaría gritando y de camino a una racha de compras innecesariamente estúpida. Habría gastado no menos de medio millón en un día.
La chica permaneció en silencio, eligiendo no comentar sobre las palabras de Sally. Miraba fuera de la ventana, pensando en muchas cosas que no deseaba compartir mientras acariciaba la urna de su abuela.