Muyang interiorizó sus seguridades y asintió. No estaba en su naturaleza ser engañosa o hablar sin cuidado sobre asuntos de los que no estaba segura. Él confiaba plenamente en ella, y si decía que venía un tsunami, venía. Había visto algo de la tecnología en sus manos y sabía lo excelente que era. Estaba años adelantada a su tiempo, quizás si fuera directamente al primer ministro o al emperador con el dispositivo, entonces les ahorraría a ambos el problema de ser cuestionados por los científicos o expertos meteorológicos que tendrían muchas opiniones al respecto. Sería mejor si Mujin, el número uno conocido como genio del imperio, también estuviera involucrado.
—¿Puedo echar un vistazo al dispositivo? —le preguntó.
—Está en mi laboratorio en el parque científico, puedes acceder a él en cualquier momento —le dijo ella—. Después de todo, él tenía su contraseña.
Asintió y ella exhaló profundamente.
—¿Qué sucede? —le preguntó.
—Me crees —dijo ella.