La suciedad manchaba su cara, y un fino rastro de sangre seca marcaba la esquina de su labio. Pero sus ojos—esos extraños, luminosos ojos ámbar—mantenían un fuego tranquilo. No lloraba. No suplicaba. Sólo miraba directamente hacia adelante. Sin parpadear. Desafiante.
La figura en la silla se inclinó ligeramente hacia adelante, permitiendo que la tenue luz cayera sobre su rostro—señora Reina, a cargo de ese laboratorio.
—Niño, tienes demasiado coraje. ¿Qué piensas? ¿Cuánto tiempo podrías haber corrido antes de que mis soldados te capturaran, eh?
El niño permaneció en silencio. No había miedo en sus ojos como si nada pudiera asustarlo. La señora Reina sonrió, pero las palabras que salieron de su boca fueron crueles.
—Me está desafiando con sus ojos, decir... ¿qué hago con un tipo de humano así? Enciérrenlo y no le den comida en los próximos 3 días. ¡Es mejor que muera de hambre!