La energía de la marioneta ahora se estaba fusionando completamente con su núcleo, retorciéndose alrededor de sus órganos, hundiéndose en sus huesos. Y la energía del alma del Diablo, entregada sin saberlo, solo había acelerado el proceso.
«¿Ella está... alimentándose de mí?» susurró el Diablo, horrorizado.
No entendía. Esto no era posible. Ella debería estar muerta. Aplastada. Incinerada.
En su lugar, estaba evolucionando.
Su Jiyai abrió los ojos lentamente. Sus pupilas, una vez oscuras, ahora parpadeaban con un brillo plateado —como las cuerdas de un titiritero, vivas y con conciencia.
—Detente... —dijo el Diablo, retrocediendo aún más.
Pero era demasiado tarde.
El aire alrededor de Su Jiyai comenzó a girar. No era viento, era presión. Una presión cruda, salvaje, alienígena que hizo que el suelo se agrietara y el techo sobre ella temblara.
Su Jiyai levantó la cabeza lentamente.
—Imposible —el Diablo gritó incrédulo—. ¿Cómo podría un humano...