Él sonrió con suficiencia y le dijo:
—Puedo quitarlo, pero va a ser muy doloroso... Eso te enseñará una lección para que confíes en esas perras.
Mykael apenas tuvo tiempo de preguntar:
—¡Espera! ¿Qué tan doloroso...?
Pero Elías no le respondió y de inmediato comenzó a dirigirse hacia ese sello y para hacerlo tuvo que utilizar las llamas doradas de su aura, las cuales eran las únicas lo suficientemente poderosas para disolver el aura de un Dios.
Para alcanzar este sello, tuvo que crear una apertura a través de la barrera de defensa que el aura de un Dios creaba automáticamente alrededor de su cuerpo y cuanto más poderoso era el Dios, más fuerte era su aura y, por lo tanto, era aún más doloroso disolverla para crear una pequeña abertura en ella.
Mykael se había palidecido por este dolor insoportable, hacía mucho tiempo que no había sentido tal dolor y la peor parte era que Elías le seguía recordando que no se moviera y parecía casi molesto por su comportamiento.