—Está bien, no es tu culpa. Jia Zhuo, sé que has hecho todo lo posible. Si alguien tiene la culpa, es esa mortal. Si no fuera por ella, ¿cómo habría terminado así? No llores, realmente no te culpo.
—Cuanto más lo decía Zheng Chuyi, más fuerte se volvía la culpa en el rostro de Jia Zhuo—. Hermana Chuyi, lo siento, es mi culpa por no ser lo suficientemente fuerte y hacerte sufrir una injusticia. Descuida, te vengaré seguro.
—Mientras hablaba, la voz de Jia Zhuo también comenzó a ponerse ronca.
—Realmente no te culpo —dijo Zheng Chuyi mientras extendía la mano y agarraba la de Jia Zhuo, intentando ser fuerte y consolarla—. Hemos sido las mejores hermanas desde que éramos jóvenes. Hablar así es demasiado formal. Hoy tengo que agradecerte. Si no fuera por ti, podría haber... —El resto de las palabras parecían atorarse en la garganta de Zheng Chuyi, incapaces de ser pronunciadas.