Era demasiado difícil de creer que estaba mirando el divisor, pero la evidencia estaba justo frente a ella. Las emociones atascaban su garganta mientras observaba la pared centelleante de la que había soñado casi cada noche y día. Todo lo que tenía que hacer era cruzarla y estaría fuera de aquí. Islinda anhelaba tocarla, sentir que era real, su mano extendiéndose inconscientemente hacia la pared solo para que las escamas le cayeran de los ojos.
No podía ser. Su cabeza se giró en dirección a Aldric, mirándolo con los ojos entrecerrados. No había manera de que Aldric se quedara ahí parado y la viera irse del reino Fae así sin más. Esto debía ser otro de sus trucos otra vez. Islinda no podía evitar recordar aquel día que él la arrastró al reino Fae, le había dado la ilusión de libertad solo para arrancársela cruelmente.
Ella inclinó la cabeza —¿Cuál es la trampa?
—¿Qué? —él fingió ignorancia.