—¿Te hizo daño? —André se preocupó por ella en cuanto Aldric se fue, pareciendo que iba a tocarla antes de dudar en el último minuto, como si recordara el consejo que su hermano le había dado.
Los labios de Islinda se apretaron al pensarlo. Ella y Aldric necesitaban establecer límites claros. Solo porque ella era su... ¿rehén? No significaba que él tuviera derecho a tomar decisiones por ella. Ella también tenía derecho a su privacidad.
—No, estoy bien —le respondió.
Los ojos de André se estrecharon con sospecha; no le creía.
—Lo digo en serio —dijo Islinda, subiéndose las mangas para mostrarle a André que no estaba ocultando moretones.
—¿Solo... hablamos? —Su rostro se puso rojo como un tomate.
—Oh —André finalmente entendió, frunciendo el ceño—. No es de extrañar que huelas a él.
—¿Huelo a Aldric? —Islinda entró en pánico, tirando de su túnica para comprobar, pero no había olor—. No huelo nada en absoluto.
André suspiró, —Solo agradece que no puedas detectarlo.