Fae Salvaje

—¡Wayne! —Islinda se sobresaltó al ver al gato. No, si había alguien a quien ella esperaba que viniera a su rescate, el gato Wrry era lo último que esperaba.

Al oír su nombre, el gato trotó hacia ella, su cola en alto desafiante como si le estuviera haciendo una peineta a Aldric. Aldric, que seguía en el suelo aullando de dolor. Fue en ese momento que a Islinda le impactó que el ojo debía ser un punto sensible para los Fae, justo como ese lugar entre las piernas donde el sol nunca brilla. Excepto que eso era conocimiento general y Aldric nunca la dejaría acercarse lo suficiente para golpearlo allí.

Islinda recogió al gato y lo apretó contra su costado, encantada de verlo. El príncipe Wayne ronroneó y se frotó contra su pecho, sus pequeños ojos cerrados mientras disfrutaba de la sensación celestial. Tan suave. Excepto que ese no era ni el momento ni el lugar para un reencuentro tan alegre. Aldric se levantaría pronto e Islinda temía lo que le haría a su gato.