Elara colocó el globo en las manos de Islinda. —Agárralo fuertemente y piensa en un recuerdo preciado, el globo hará el resto del trabajo, encapsulando el momento para siempre —le instruyó.
Islinda cerró los ojos y se concentró en un recuerdo particular de su infancia. Estaba de vuelta en la granja con su papá, el sol brillando cálidamente sobre ellos mientras trabajaban codo con codo. Recordó el olor a tierra del suelo y el vibrante verde de los cultivos que los rodeaban. Era un día pacífico, de esos que la hacían sentirse segura y amada.
De repente, sintió algo subiéndole por el brazo, haciéndola sentir incómoda. Miró hacia abajo para ver una pequeña oruga haciendo su camino sobre su cuerpo. Oh no.
—¡Papá! —gritó aterrorizada, su voz resonando a través del campo. Detestaba las cosas que se arrastraban.