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Islinda despertó esa mañana con una sensación de gran tensión, esperando a medias encontrarse transformada de alguna extraña manera, quizás con una cola o algo igualmente raro. El sueño sobre el demonio Azula comenzaba a afectarla. Pero para su sorpresa, todo se sentía normal. Demasiado normal, de hecho, para su gusto.

Hoy era su cumpleaños, un día que se había cernido sobre ella con una sensación inquietante durante semanas desde la revelación de que no era completamente humana. Se había acostado la noche anterior con los aseguramientos de Eli resonando en su mente. —Nada va a suceder —había prometido—. Todo saldrá bien.

A pesar de sus palabras confiadas, el presentimiento que había sentido era difícil de sacudir. Pero ahora, mientras Islinda se deleitaba en el baño, todo parecía casi sobrenaturalmente tranquilo.