Debajo de las flores dispersas, una doncella lloraba de rodillas. Era una visión poética, como entrar a uno de los cuadros de las Cuatro Grandes Bellezas, cada una con un final más trágico que la anterior.
Pero Yan Zheyun no estaba de humor para admirar el paisaje.
—Este súbdito-hijo saluda a la Madre Real con una dorada tarde —la entrada de Yan Zheyun en la escena fue acompañada por un saludo apropiado, calmado y sin pretensiones, lo que no le daba a la emperatriz viuda motivos para vincularlo con Yan Xi y criticarlo también por carencia de modales.
Su apertura impecable fue recibida con una sonrisa fría.
—Qué ilustre familia la de nuestra nueva emperatriz —fue la respuesta mordaz de la emperatriz viuda—. Esta anciana no se atreve a asociarse con tales.