Anidados en una pequeña cámara en el borde del desierto negro, dos cristales de luz vibraban intensamente, corriendo en círculos como un par de niños aterrorizados.
La fuente de ese pánico era la criatura sombría con una amplia sonrisa y un eco de risita que agitaba sus manos contra una barrera que protegía los cristales. Cada vez que esas manos, que parecían tentáculos espinosos, golpeaban la barrera, la capa exterior de la barrera se hacía añicos como vidrio roto. Los cristales se turnaban para reparar la barrera rota y añadir otra capa, pero después de hacerlo durante todo un día, estaban exhaustos.
Normalmente, no se molestarían por ninguna bestia que pudiera acercarse a su barrera. Esas criaturas hechas de miasma de todos modos no podrían atravesar su barrera. Pero esa--esa gran criatura sombría...