La reunión de una pareja supuestamente casada no ocurrió con un abrazo entrañable, y mucho menos un beso. Sucedió alrededor de una mesa, mientras estaban sentados uno frente al otro. Como en una conferencia. Como en una negociación comercial.
Como el primer encuentro de un matrimonio arreglado.
Lo cual era moralmente complicado porque uno de ellos tenía la edad mental de un niño de siete años.
—Esto es... ¿algo gracioso? —murmuraba el observador desde el salón.
—¡Shh!
Con una advertencia severa, fingieron no mirar, pero era la naturaleza humana ser curioso. Ya fuera con habilidades o por medio de la reflexión, observaban la incómoda reunión que se desarrollaba en el rincón. Bueno, ¿qué podrían hacer? No era como si pudieran dejar a un niño reunirse sin supervisión con un adulto.