—Escúchame un segundo —murmuró ella, apretando el libro contra su pecho.
—No —replicó él y extendió su mano—. ¡Dámelo!
—Solo escúchame —dijo ella, presionándolo contra su pecho para que no pudiera sacarle el libro de su agarre.
—Mauve —él alargó su nombre, instándola a entregar el libro.
—Vamos, tengo una buena razón para esto —explicó ella.
—Lo dudo —respondió él.
—Solo porque no has escuchado.
Él entrecerró los ojos hacia ella. —Si tu razón no tiene sentido, como sospecho que será así, me entregarás el libro.
Ella lo fulminó con la mirada. —Está bien —respondió.
—Está bien, estoy escuchando —se sentó al otro lado del escritorio con los brazos cruzados mientras la miraba fijamente.
—No tienes que fulminarme con la mirada —murmuró ella mientras alejaba el libro de su pecho, pero no lo colocó sobre la mesa. Él podría decir que no tomaría el libro hasta escuchar lo que ella tenía que decir, pero no había razón para tentarlo.