—Solo tomará un momento —insistió Danag.
La visión de Jael se nubló mientras observaba la palma de Luis cerrarse alrededor de la mano de Mauve. Se volvió hacia Danag.
—Puede esperar —dijo, intentando recuperar a Mauve.
—Jael, por favor —suplicó ella suavemente.
—Está bien —declaró.
Mauve le sonrió con brillo, luciendo orgullosa. Su sonrisa era lo suficientemente brillante como para cegarlo.
—Gracias —dijo ella.
—No la dejaré fuera de mi vista —dijo Luis, llevándola a través de las puertas, que se cerraron casi de inmediato. Jael no apartó la mirada hasta que Danag carraspeó.
—¿Qué es tan importante que no pudo esperar hasta después de mi comida?
—Una carta —dijo Damon.
Jael frunció el ceño.
—¿De quién?
—Del Señor Levaton —explicó Danag.
El ceño de Jael se profundizó.
—No hay necesidad de detenerse. Por tu expresión, puedo decir que ya leíste la carta. ¿Qué decía? —preguntó.
Danag miró a Damon, que mantuvo la mirada al frente. Danag carraspeó.