Fang Zimo maldijo mientras caminaba dentro de su habitación, sus piernas temblaban mientras avanzaba. Esta noche fue especialmente dura para él. No solo Luo Xin lo agotó, sino que también pidió a sus amigas sádicas que lo utilizaran a su antojo. Fang Zimo no tenía idea de cuántas veces se desmayó. Cada vez que despertaba, era un rostro nuevo, ya sea golpeándolo con un látigo o usando su cuerpo para satisfacerse. Para cuando lo dejaron en paz, su parte inferior estaba hecha un desastre, sangraba tanto, y lo dejaron solo. A nadie le importó tratar las heridas que le causaron. Fang Zimo fue llevado de regreso a la mansión Fu en un carruaje como cualquier paquete entregado.
Su corazón ardía de rabia, pero no podía hacer nada. A Luo Xin no le importaba él, pero tampoco lo dejaría ir. Le rompería las piernas y lo encerraría si intentaba escapar. Para mantenerse vivo y no discapacitado, tenía que quedarse quieto.