La historia de Mary, la nigromante, parte cuatro

El castillo helado se alzaba ante ellos, sus imponentes agujas envueltas en un manto de nieve prístina.

—Bueno, aquí estamos —Vee ajustó la armadura que se había puesto para la ocasión, una simple cota de placas—. Vamos adelante, ¿de acuerdo?

Vee y Mary pisaron con cautela el umbral, el crujido de sus pasos amortiguado por el suelo cubierto de escarcha.

El aire estaba frígido, cada aliento formando una nube de vapor que se suspendía en la quietud. El aliento de Vee se condensaba en jirones blancos mientras inspeccionaba los alrededores, su mirada aguda y alerta. Mary la seguía de cerca, escaneando las sombras en busca de señales de peligro.

A medida que se aventuraban más profundamente en la fortaleza congelada, Vee se volvió hacia Mary, rompiendo el silencio que las envolvía.

—¿Cuándo fue la última vez que te enfrentaste a una mazmorra como esta? —La voz de Vee era calma, pero había una tensión subyacente en su tono.