Una vez que la puerta se cerró, Alwin chascó los dedos de nuevo para devolver la barrera, de modo que Rendell no pudiera escuchar de qué iban a hablar.
—¿Ahora lo crees?
—Rendell no me encontró sospechoso.
—Soy Alwin. Mis más profundas disculpas por mencionar a Su Alteza. Tuve que recurrir a ello ya que fingías no saber nada sobre lo que hablaba. Quería asegurarme. Cuando mencioné al Joven Maestro, tu fachada se rompió, así que pude confirmarlo todo —señaló Alwin.
—¿¡Ehh?! ¿Entonces, al que apuñalé es el verdadero Alwin? —Arabella jadeó.
—¡Oh, Dios mío! Lo siento mucho. ¡Lo siento!
«¿¡Qué he hecho?!»