—¿Por qué lo miras tan fijamente? ¿Acaso parece mejor que yo?
Amalia pensó en el tiempo que había pasado mirando al Rey del Mar—apenas habían sido dos segundos...
—¿Acaso naciste sin traer tu cerebro contigo? —preguntó seriamente.
Kenny Lin resopló:
—¿Parezco alguien que carece de cerebro?
—No sé si eres descerebrado, pero sí sé que eres un idiota —suspiró Amalia.
Antes de que él pudiera replicar, ella levantó una ceja y advirtió:
—Intenta discutir conmigo otra vez.
Kenny Lin abrió la boca, pero al ver la mirada seria en sus ojos, lentamente la cerró y murmuró:
—Te dejaré pasar solo esta vez.
Amalia rodó los ojos, sin ganas de continuar la conversación.
Aunque el Rey del Mar podría no ser un enemigo, discutir frente a un aliado incierto parecía tonto.
No podía creer que no fuera un idiota.
—Ustedes dos son diferentes a otros humanos —la voz etérea y profunda resonó en sus mentes, tan cautivadora como sus ojos.