Helena rodeó con sus manos las de Faye, explicándole su punto de vista:
—Incluso yo debo admitir, si no conociera la situación, habría dicho que estabas poseída por un demonio con lo que presencié aquí esta noche.
Un suspiro quedó atrapado en la garganta de Helena, sus ojos se levantaron al techo, como si buscaran en el aire una mejor manera de contarle a Faye lo que estaba por venir.
—Así, ahora nos enfrentamos a un verdadero dilema.
—Escuché a Sir Wymar hablando con varios caballeros reales mientras atendía a los clérigos heridos —continuó Helena—. Debes ser llevada a un tribunal del inquisidor en la capital y ser interrogada.
Un temblor frío recorrió a Faye, haciendo que su piel se erizara. Retiró sus manos de las de la anciana. Su mente se sintió desorientada y entumecida al escuchar las inesperadas noticias de Helena. Era como si su alma se hubiera drenado de su cuerpo, dejándola como un fantasma de persona.
No podía creer el desafortunado giro de los acontecimientos.