—¡Deténganse! —grité con todas mis fuerzas, pero la repentina conmoción ahogó mi voz mientras mi abuelo y algunos otros ancianos llegaban. La multitud se abrió como agua ante ellos, creando un camino hasta que llegó a pararse frente a todos.
—Llévensela —ordenó de nuevo, mirando fijamente a los guerreros que también me miraban. Podía ver la confusión en sus rostros.
Antes de que pudiera intervenir, Miriam se adelantó, plantándose en el camino de los guerreros, sus ropas blancas ondeando alrededor de sus pies. —No podemos permitir esto.
—¿Y por qué no? —Mi abuelo se volvió hacia ella, su voz destilando desdén.
—Hoy es la Luna de Cosecha —dijo Miriam con frialdad—. En esta noche sagrada, no podemos permitir tal violencia.
Él se burló. —¿Intentas darme una lección sobre lo que está bien o mal, sacerdotisa? Ser la mensajera de la Diosa de la Luna no te da el derecho de engañarme o desafiarme. Solo la capturaremos, nada más.