Nathan
Casi era de noche cuando finalmente me aparté de mi escritorio. La oficina estaba débilmente iluminada, porque les había pedido a las criadas que bajaran las cortinas. No quería distracciones mientras trabajaba, solo el resplandor dorado de la lámpara iluminando las pilas de documentos en los que había estado sumergido durante las últimas horas. El día se había alargado interminablemente: reuniones, llamadas telefónicas y montañas de papeleo sobre la adquisición de la Manada de la Sombra Lunar, la manada del hermano de Luna Vanessa, el difunto Alpha Regan, habían tomado más tiempo del esperado, y junto con ellos, otros asuntos urgentes exigían mi atención. Todos eran importantes, todos necesarios, pero mi mente permanecía fija en una cosa: Lyla.