Lyla
Sus labios se curvaron en una sonrisa lenta y malvada.
—Interesante —murmuró, dando un paso hacia mí.
Acababa de cometer un error peligroso. Acababa de revelar mi jugada.
El juramento de sangre significaba que no podía atacarlo; se suponía que debía ser sumisa, atada a su voluntad como una tonta. Si realmente estuviera bajo el poder del juramento, no podría haberlo apartado ni desafiado en absoluto.
Miré a Nathan y vi que sabía que había estado fingiendo mi sumisión todo el tiempo.
—Entonces, has estado jugando, Lyla —dijo, enderezando su camisa donde la había agarrado—. Lo sospechaba, pero gracias por confirmarlo de manera tan… dramática.
—No sé de qué hablas, y lamento si te empujé. Sabes cómo es con mis poderes. No he aprendido a dominarlos y…
Lanzó un cuchillo de bolsillo hacia mí, y de inmediato, lo atrapé. En mi defensa, venía directamente a mi rostro. ¿Qué se suponía que debía hacer?
Nathan asintió, satisfecho.