Su debilidad

—¡Mierda! —Athena maldijo en voz baja. Afortunadamente, Vladimir y Luna no habían notado su sacudida anterior.

Se volvió hacia Dominique, mirándolo fijamente. Sin embargo, había un rastro de deseo ardiente reflejado en sus ojos como si no quisiera que él parara.

En lugar de juntar las piernas, las separó, dándole más acceso.

«Me estoy volviendo loca. ¿Qué diablos estoy haciendo?», pensó Athena. Puso sus manos bajo la mesa, apretando los puños en sus costados mientras intentaba parecer normal frente a Vladimir y Luna.

Luna continuaba conversando con ella. Athena solo podía sonreír y responderle de vez en cuando.

Sin embargo, el asalto de Dominique a su coño no paró. Su suave roce se convirtió en un sondaje más contundente. Luego pasó su dedo índice en círculos alrededor de su clítoris.

La estimulación era demasiado para ella, así que de repente se cubrió la boca con la mano mientras jadeaba.

Vladimir la miró desconcertado.

—¿Hay algo mal, Athena? —preguntó.