Ir a casa

—Me volví y miré la entrada al Santuario de Ciudad A. La valla había sido derribada y todas las barreras que dividían las distintas secciones fueron completamente eliminadas.

—Lucía justo como la había imaginado que sería antes del fin del mundo, sin los cientos de miles de zombis meciéndose de un lado a otro hasta donde alcanza la vista.

—El alfa zombi estaba al frente de la marea, completamente inmóvil mientras nos veía partir. Probablemente no éramos más de 250 humanos en nuestro grupo, los únicos sobrevivientes de una ciudad que alguna vez albergó a un millón de personas.

—Pero la vida me había enseñado una lección muy valiosa; no tenía sentido mirar al pasado y lamentarse. Las cosas sucedían, la gente y los tiempos cambiaban, y la única manera de sobrevivir era poner un pie delante del otro.

—Levanté mi mano, y saludé al zombi, algo que nunca pensé que haría.