Había pasado una semana desde que habíamos dejado la base militar con el Alfa todavía colgando de la jaula que había hecho. Me encantaría decir que todos habíamos sido productivos, que la gente que traíamos ya estaba plantando campos y demoliendo edificios, pero eso habría sido una mentira.
Había pasado una maldita semana desde que llegamos a las afueras de Ciudad D y tomamos nuestro primer aliento de libertad. No es que no fueran libres en Ciudad A, pero con los anillos y cómo se había dispuesto todo, esto era una sensación muy diferente.
Honestamente, una semana suena como mucho tiempo. Siete días, 168 horas, 10,080 minutos, y no tengo idea de cuántos segundos. Y en esa semana, no hicimos nada. La mayoría de nosotros ni siquiera salíamos de nuestras habitaciones en el hotel excepto para usar la letrina que uno de los usuarios de poder de la tierra había cavado para nosotros.