Un extraño silencio cayó en el salón. Todos miraban su mesa, más a Eva, pero no había en sus ojos rastro de vacilación. Mientras que Hazel estaba avergonzada, su rostro se sonrojó y se aferró más fuerte a su vestido.
—Mi señora, no solo me está acusando a mí, sino también al señor. ¿Cómo puede ser tan despiadada y bárbara como para hacerlo en público? ¿Qué pensará el mundo de usted? —su voz subió un tono en público, pero estaba tan llena de lágrimas que nadie podía culparla por alzar la voz.