Elena abrió los ojos en la oscura habitación. No era la habitación que le habían asignado cuando llegó al palacio real. Pero parecía una habitación completamente diferente. La cama era mucho más suave. Las sábanas eran de puro pelaje y el dosel dorado brillaba incluso en esa oscuridad. Se sentó en la cama.
—Agua. —Su garganta seguía seca. El horror de haber sido sacada de su habitación en medio de la noche y arrojada a un pozo todavía la perseguía. Cruzó los brazos frente a su pecho mientras comenzaba a temblar.
—¿Hay alguien aquí? —Nunca lo habría aceptado antes. Pero ahora, no le importaba si otros pensaban que era una mujer débil. La oscuridad la aterrorizaba hasta el alma.
Se levantó con las rodillas temblorosas y fue a buscar agua de inmediato cuando alguien llamó a la puerta y entró. La persona llevaba una antorcha en las manos. La usó para encender algunos apliques en la habitación.