Despedázala

—Serías una diosa tú misma, Eva. —Sus manos tocaron las de ella suavemente y él le rozó la muñeca solo para que ella retirara sus manos y lo mirara con furia.

—Disfruto mucho más de una vida silenciosa que de lo que tú hablas. Preferiría quedarme en mi habitación y ser reverenciada por mi esposo en nuestra cama antes que ser reverenciada por extraños. —Sus labios se curvaron en una sonrisa siniestra cuando notó la sorpresa en su rostro.

—¡Ja! ¡Jajaja! Así que eso te atrajo. ¿Damien es tan bueno en la cama que no puedes dejarlo ir, eh? —Eva se enfrió. Había pensado que su burla cruda silenciaría a este tonto. Pero, ¿quién habría pensado que un cardenal haría bromas sobre cosas groseras también?

—No hay una sola cosa que no ame de mi esposo, su gracia. Pero por otro lado, no puedo confiar en ti. —Habló con un rostro serio y una sonrisa adornaba su cara.