¡Al diablo con la infección!

La tez de Gu Luoxin palideció, y su voz se quebró cuando gritó asustado —¡Xiao Shen!— Corrió hacia el hombre y extendió la mano para apoyarlo, enrojeciéndose los bordes de sus ojos —¿E–Estás bien?

Sin embargo, Shen Nianzu lo empujó decididamente, haciéndolo tambalear hacia atrás —¡No te acerques!— gruñó. Los dientes afilados en su boca le dificultaban hablar, y terminó mordiéndose los labios, dejando sangre carmesí manchando la superficie pálida. La vista de sus rasgos retorcidos lo hacían verse aún más feroz, tanto que Gu Luoxin solo podía mirarlo con la mente en blanco.

Shen Nianzu temblaba mientras sujetaba su cabeza palpitante. Cerró los ojos con fuerza, intentando aliviar el mareo sin éxito. Su respiración se volvió áspera y rápida, como la de un animal salvaje herido luchando por su último aliento. Tomó una respiración profunda y habló con palabras entrecortadas —No me toques… o podría lastimarte accidentalmente.

Gu Luoxin ahogó sus lágrimas —Pero...