—¡Con permiso!
—Lo siento, ¡por favor déjenme pasar!
Shen Nianzu se abrió camino entre la gente que llenaba el pasillo mientras se apresuraba hacia las escaleras de emergencia, demasiado impaciente para esperar el ascensor. De todas formas, su físico ahora era lo bastante fuerte como para escalar hasta la montaña más alta, y mucho menos unos pocos tramos de escaleras. Y efectivamente, al llegar al piso más alto, ni una sola gota de sudor adornaba su frente.
El alboroto se intensificaba en este piso mientras la gente se agolpaba en torno al rellano que conducía a la azotea, estirando el cuello para ver qué sucedía. Los guardias de seguridad trabajaban diligentemente para frenar su avance, pero Shen Nianzu se deslizó sin esfuerzo entre sus filas como una anguila resbaladiza.
—¡Oye! ¡Detente ahí mismo!