No lograron, de hecho, llegar al dormitorio de Shen Nianzu. En su defensa, fue culpa de este tonto husky que insistió en cargarlo en sus brazos. Shen Nianzu gritó sorprendido cuando sus pies de repente abandonaron el suelo, gimiendo mientras la nueva posición lo acercaba aún más a Jin Jiuchi hasta el punto de que ni siquiera una hoja de papel podría interponerse entre ellos. Instintivamente, rodeó el torso del hombre con sus piernas mientras agitaba los brazos, sonrojado.
—¡Suéltame, bastardo! ¡Puedo caminar solo!
—No querooo~ —el susodicho bastardo canturreó con una sonrisa irritante en los labios—. Qué mentiroso, Nian'er. Te gusta cuando te llevo así, ¿verdad?
—¿Qué—? —Shen Nianzu lo miró boquiabierto, su rostro explotando en carmesí. No necesitaba mirarse en el espejo para saber que su cara debía parecerse a una langosta hervida en este momento—. ¡E–Estás hablando tonterías!